El cronista Oficial de Teror, José Luis Yánez Rodríguez, explica la relevancia de estas imágenes recientemente restauradas.

La Basílica de Teror cuenta con  valiosas imágenes que representan distintos momentos de la pasión y muerte de Jesús, y que tradicionalmente están presentes en las procesiones y actos litúrgicos de la Semana Santa terorense. Este año,  dos de estas figuras, el Crucificado de Luján Pérez y los Santos Varones que lo custodian, han vuelto a recuperar su esplendor tras la minuciosa restauración llevada a cabo el pasado año por los restauradores Iván Arencibia Rivero y Carolina Besora Sánchez. El cronista Oficial de Teror, José Luis Yánez Rodríguez, nos explica a través del siguiente la historia de estas destacadas imágenes de la Semana Santa de Teror.

Foto1: El Vía Crucis con el Cristo Crucificado en 1967.

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EL CRUCIFICADO Y LOS SANTOS VARONES.  LA SEMANA SANTA EN TEROR
Por José Luis Yánez Rodríguez, Cronista Oficial de Teror

Existe documentación que ubica el inicio de la Semana Santa y sus primeras celebraciones terorenses el año 1558. Por tanto, ya nos acercamos al medio milenio, en el que todo el proceso que ha afectado a las dos anteriores ermitas en lo referente a limosnas, mandas, encargos de misas, adquisición de imaginería de diferente talante artístico, etc. han ido poco a poco definiendo y configurando una Semana Santa que todos los que la han visto y descrito, coinciden en afirmar que era y es discreta, moderada, serena, respetuosa, severa, sin muchos artilugios ni adornos.

Tal es así que Néstor Álamo y también el obispo Pildain decían que la “semana Santa de Teror era más castellana que andaluza”.

Como afirmaba un sacerdote, la Semana Santa aquí “va más allá de una estricta conformación aparental con el paisaje. Allí, la Semana Santa es cosa cierta y cosa seria”

Por ello atrajo siempre a mucha gente a oficios y procesiones. Porque querían buscar y encontrar la esencia, aquello que era el mensaje más veraz y profundo de lo que ocurría en la fe de los creyentes en estos días.

En este escrito de hoy quiero referirme a lo concerniente a tres imágenes a las que, por acertada decisión de los responsables de la parroquia, se les ha realizado en los últimos meses una conveniente y muy oportuna restauración que les ha devuelto espléndidos aspectos y pátinas de apropiada apariencia y que, desde su llegada al templo del Pino, han estado ligadas a eventos de gran brillantez relacionados con estas celebraciones. Me refiero al Crucificado de Luján Pérez y a los Santos Varones que lo custodian. El primero restaurado por Iván Arencibia Rivero y estos últimos por Carolina Besora Sánchez.

Tal como reseñan María de los Reyes Hernández y José Concepción Rodríguez en la publicación “El Patrimonio Histórico de la Basílica del Pino de Teror”, las imágenes de José de Arimatea y Nicodemo -“Los Santos Varones”- fueron traídas de Sevilla conjuntamente con las de los arcángeles Miguel y Gabriel.

Foto2: El retablo del Calvario en los años 40.

El Cristo Crucificado que se ubica en la hornacina central del retablo del Evangelio fue definido hace más de medio siglo por el coadjutor de Teror Florencio Rodríguez como “con indefinible dulzura, una serenidad de líneas para expresar la muerte…el retrato de una muerte serena, tranquila, aceptada” Han dicho de esta imagen que es “un Cristo con la justa medida del dolor. Un poco más acentuada la tragedia, lo hubiera echado a perder”. Y es verdad.

Con este Crucificado se realizaba el Vía Crucis que, que recordando aquel otro que colocara el obispo Urquinaona en el siglo XIX, se recuperó a partir de 1965 por las calles de Teror. En la mañana del  Viernes Santo y tras el sonar profundo de la matraca, la extraordinaria imagen del Cristo de Luján recorría Teror y se detenía en las cruces de madera que recordaban por calles y casas las catorce estaciones hasta llegar a la Cruz Verde donde acababa.

El primer Crucificado procesional de la Villa (1594) fue donado un grancanario llamado Gregorio García “por la gran devoción que tenía e tiene a Nuestra Señora del Pino”.

El actual se colocó a fines del XVIII, tan sólo treinta años después de terminar la actual iglesia, conformando un Calvario conjuntamente con San Juan y la Virgen de los Dolores. Entre 1793 aproximadamente y 1799 llegaron las imágenes y fueron colocadas desde entonces en una sola hornacina formando un conjunto que, aunque pudiera parecer apretado o cosa de hacía pocos años, representó uno de los elementos artísticos más visualmente atractivos de todo el interior de la Basílica. La Virgen de Dolores llegó el uno de julio de 1799 e inmediatamente “por su patética belleza llenó a todos de admiración devota por el perfectísimo acabado del entero conjunto” El mismo año llegó San Juan también del taller de Luján y costó “con su tronito” 520 reales.

Al suprimirse la Cofradía de Nuestra Señora del Rosario durante el mandato del obispo Tavira y Almazán (1791–1796), de los bienes de la misma heredados por testamento del presbítero Domingo Navarro del Castillo, el obispo ordenó que se sacara “lo necesario para acabar de pagar la imagen del Crucificado que está mandada hacer en la ciudad y si faltare alguna más para las funciones de Semana Santa que se encarguen también

En el libro referenciado sobre el Patrimonio de la Basílica se nos dice que este retablo que custodia el Calvario en Teror dispone en su remate de un cuadro con “de la transverberación de santa Teresa de Ávila, esto es, su experiencia mística. Distinguimos dos ángeles, uno de los cuales sostiene a la doctora de la Iglesia, en tanto que su compañero atraviesa su cuerpo con una daga. En la zona alta aparece la paloma simbólica del Espíritu Santo, mientras que a un lado se recoge el escritorio de la santa”

Foto 3: Los Santos Varones en su paso a mediados del siglo XX.

Los Santos Varones con medidas en torno a metro y medio y en los que oportunamente se ha aplicado la restauración, llegaron como desde Sevilla y en las cuentas de la iglesia aparecen en la nota siguiente:

“Por 3.390 reales costo de las estatuas de los Arcángeles san Gabriel y San Rafael y los santos Joseph y Nicodemo, a saber, 1.800 las esculturas, veinte las azucenas de San Gabriel, 1.200 el estofado, 2.200 los cajones donde vinieron, 80 reales de fletes desde Sevilla a Cádiz (….). Por 270 y medio reales de vellón antiguo de fletes desde España, capa y abería hasta poner en tierra en Santa Cruz los cajones con las efigies de los dos arcángeles y santos”

Acompañaron siempre a un escueto, elegante, emotivo y discreto paso en el que el vacío de Jesús era sentimiento puro.

José y Nicodemo a los lados custodiando el Santo Madero, La Vera Cruz…

Nada más.

Era el preámbulo perfecto para lo que iba a venir al día siguiente. El retorno de la esperanza que vuelve el Sábado Santo que llena esa cruz vacía y que completa con la resurrección el camino de la Semana Santa.

Imágenes, historia, tradición, usos y costumbres que configuran el ser de estos días tan importantes en Teror y que, como el paso a que me he referido, siempre fueron la visión más perfecta de lo que Teror quería en estos días: el mensaje de la certidumbre de la fe.